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Catón

Constructores y destructores

Armando Fuentes Aguirre

Constructores y destructores
Septiembre 23, 2019 19:07 hrs.
Periodismo ›
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’Si no te duermes –le advirtió el papá de Pepito al revoltoso crío- vendrá a llevarte el Hombre del Costal’. ’¡Éjele! –se burló el chiquillo-. Ése viene solamente cuando tú no estás, y no trae ningún costal’… Don Poseidón le contestó, severo, al mozalbete que le pidió permiso para sostener relaciones de noviazgo con su hija: ’Dudo en darle mi respuesta, joven, pues no sé si sus intenciones son buenas o son malas’. Preguntó muy interesado el pretendiente: ’¿Significa eso que puedo escoger?’… Lord Feebledick llegó a su finca después de la cacería de la zorra, y el entrar en la alcoba conyugal vio a su mujer, lady Loosebloomers, en trance de refocilación carnal con el nuevo preceptor francés. Antes de que milord pudiera articular palabra le dijo lady Loosebloomers: ’He aquí una magnífica oportunidad, Feebledick, para que le demuestres a Monsieur Coucheur tu flema británica y los efectos de la buena educación que recibiste en Eton’… Si de Historia se trata, malo el cuento cuando las ideologías sustituyen a las ideas, y peor las cuentas cuando los adjetivos toman el lugar que únicamente los sustantivos deben ocupar. Eso lleva en el mejor de los casos al ridículo, a que te tilden -también en el mejor de los casos- de tonto. Don Eugenio Garza Sada fue un constructor en un país donde ha habido, y hay todavía, muchos destructores. Su vida sigue dando frutos aun después de la muerte, en tanto que la violencia de quienes segaron esa existencia tan fecunda ha quedado reducida a una fecha que cito hoy como efeméride que ya muy pocos habrán de recordar. Sus escasos propagandistas se mantienen atados a un anacronismo que el mundo ha rechazado ya, y aunque por un momento el viento parezca serles favorable sus propios errores acaban por tirarlos: las cosas caen siempre por su propio peso. Los hechos de un hombre como don Eugenio han perdurado; lo sucedido ahora en torno de su persona es anécdota olvidable… Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue a comprar un reloj de pedestal. El relojero le mostró uno en forma de apolíneo atleta desnudo que en la región de la entrepierna tenía un reloj de cuco. Le dijo: ’Pero en vez del pajarito adivine usted qué sale de la casita cuando el reloj da la hora’… Babalucas se quejó con sus amigos: ’Mi nueva novia me salió dormilona’. ’¿Cómo dormilona?’ –se extrañó uno. ’Sí –confirmó el turulo-. Todas las noches me pregunta: ‘¿Cuándo nos vamos a acostar?’’… En la habitación número 210 del popular Motel Kamawa tuvo lugar el encuentro de Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, con Dulciflor, joven mujer a quien el torpe galán sedujo con su melosa labia de tenorio. En medio del trance de voluptuosidad la cándida doncella le preguntó a Pitongo: ’Pero ¿me amas, Afrodisio?’. El lascivo sujeto se irritó: ’¿A quién se le ocurre hablar de amor en un momento como éste?’… Pirulina fue a confesarse con el padre Arsilio. Le dijo: ’Acúsome, padre, de que anoche follé con mi novio’. Inquirió el buen sacerdote: ’¿Cuántas veces?’. ’Padre –contestó Pirulina en tono de reproche-, el pecado para usted, la contabilidad para mí’… El señor habló con su hijo adolescente: ’Es cierto, Onanito: ese acto es propio de tu edad. Pero no se hace delante de las visitas’… Un tipo le contó a otro: ’Anoche vi a tu esposa en una fiesta’. Opuso el otro: ’No creo que haya sido mi esposa. Me dijo que iba a visitar a su mamá’. Reiteró el primero: ’Estoy absolutamente seguro de que era tu mujer’. ’Dime -quiso saber el otro-: ’¿qué ropa llevaba?’. ’No lo sé -contestó el amigo-. Me salí antes de que los invitados se vistieran’… FIN.

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