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Opinión

La conclusión de la carta y la llegada del emisario quien venía por respuestas concretas

Rodolfo Villarreal Ríos

La conclusión de la carta y la llegada del emisario quien venía por respuestas concretas
Marzo 30, 2018 21:29 hrs.
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Como lo prometimos la semana anterior, procederemos a continuar con la misiva que Giovanni Maria Mastai-Ferretti le envío a Maximiliano de Habsburgo, la cual forma parte de esa recolección excelente efectuada por Jorge L. Tamayo bajo el titulo Benito Juárez: Documentos, Discursos y Correspondencia.’ Sin embargo, antes de retomar el texto, debemos de precisar que, por todas sus ’acciones maravillosas,’ el 3 de septiembre de 2000, el ciudadano Karol Wojtyla, el papa Juan Pablo II, invistió como beato al ciudadano Mastai-Ferretti. Aquí cabe apuntar que el nativo de Polonia, durante sus veintiséis años al frente de la corporación, santificó un total de 482 personas (un promedio de 18 anuales) y beatificó 1345 (51 al año en promedio), si habláramos en términos beisboleros diríamos que andaba candente con la majagua o bien que traía el brazo encendido. Antes de continuar, hemos de mencionar que este escribidor mencionó por ahí que el ciudadano Mastai-Ferretti jugaba en el bando de los santos, pero al hacerlo recibió un llamado de atención amable indicándole que no era así, pues el aludido continuaba en grado de beato. Como la beatificación de don Giovanni generó reacciones adversas, pues el ciudadano Wojtyla ya no intentó darle el ascenso hacia la santificación. Tras de aceptar la reconvención, dado que poseemos una gran ignorancia en asuntos religiosos, solicitamos a quien nos corrigió y, que, si les sabe a estas cosas, que nos explicara la diferencia entre un beato y un santo y esto fue lo que nos dijo. Una persona es elevada a la santidad cuando ’la iglesia está cierta de que tiene un privilegio divino y esta en contacto directo con Dios, además de que tiene dos milagros realizados comprobados. En una beatificación, lo que se reconoce es que alguien ha entrado en el cielo, ha realizado un milagro, que le cuenta para una potencial canonización, y puede interceder por aquellos que rezan en su nombre. Al nombrar a alguien beato, la Iglesia reconoce que ha llevado una vida virtuosa y santa.’ ¿Habrá alguien que pueda sostener que el investido bajo el nombre de Pío IX cumplía con alguna de estas características y por ello, se le abrieron las puertas celestiales? Pero dejemos digresiones religiosas y retornemos al texto de la correspondencia confidencial entre Giovanni Maria y Fernando Maximiliano.
El primero le recordaba al segundo que ’V.(uestra) M. (ajestad) sabe muy bien que, ’para remediar eficazmente los males causados por la revolución y para devolver lo más pronto posible los días felices a la Iglesia, es menester, antes que todo, que la religión católica, con exclusión de todo otro culto disidente, continúe siendo la gloria y el apoyo de la Nación mexicana; que los Obispos tengan entera libertad en el ejercicio de su ministerio pastoral ; que se restablezcan y reorganicen las ordenes religiosas con arreglo a las instrucciones y poderes que hemos dado; que el patrimonio de la iglesia y los derechos que le son anexos estén defendidos y protegidos [¿pues no que sus asuntos eran puramente espirituales y que los bienes materiales no les importaban?]; que nadie obtenga autorización para enseñar ni publicar máximas falsas no subversivas…’ Un par de meses más tarde, el 8 de diciembre de 1864, Pío IX publicaría la encíclica Quanta cura y el Índice de los principales errores de nuestro siglo conocido como el Syllabus, en donde invocaba su lucha por preservar ’la pureza de la doctrina, de proscribir y condenar [como lo había hecho] desde los primeros días de su Pontificado, los principales errores y las falsas doctrinas que corren particularmente en nuestros miserables tiempos.’ Bueno, así lo enunciaba. Pero nada de eso podría lograrse si no iba acompañado de una mano pía que guiara a las ovejas que, por distraídas, podrían descarriarse. Para evitar esto, demandaba al principito austriaco ’que la enseñanza, tanto publica como privada, sea dirigida y vigilada por la autoridad eclesiástica y que, en fin, se rompan las cadenas que han tenido hasta ahora a la Iglesia bajo la dependencia y el despotismo del Gobierno civil…’ Otra vez, la memoria corta de don Giovanni, habría que recordar que durante los tres siglos de maridaje corona española-iglesia y después de proclamada la independencia, la religión que aparecía como única era la católica y que al cuidado de sus miembros estaba la enseñanza, los resultados de esa combinación fueron desastrosos, 98 por ciento de la población mexicana era analfabeta, ¿En verdad eso podría generar la libertad de nadie? Volvamos al texto.
Pío IX estaba cierto de que su chamaco no le fallaría, por ello escribía: ’Si el edificio religioso se establece sobre tales bases, cono no lo podemos dudar, V.(uestra) M. (ajestad) satisfará a una de las mayores, de las mas vivas aspiraciones del pueblo de México, tan religioso; calmara nuestra ansiedad [sobre todo esto] y las de ese ilustre episcopado; abrirá el camino para la educación de un clero instruido y celoso y también el de la reforma moral de los súbditos de V.(uestra) M.(ajestad)… [seguramente se refería a la partida de apátridas y eclesiásticos que seguían al barbirrubio, porque el resto de la población no requería de reformas morales, sino de las que le permitieran mejorar sus condiciones de vida. De pronto, nos pareció que hay en estos tiempos uno que anda proponiendo lo mismo en asuntos de moralidad]. Pero continuemos con el escrito del futuro beato quien mencionaba que sí Maximiliano lograba todo lo que se le indicaba daría ’además un ejemplo brillante a los Gobiernos de las Repúblicas americanas, en donde vicisitudes bien sensibles han hecho padecer a la Iglesia; en fin, trabajará eficazmente, sin duda alguna, para la consolidación de su trono, la gloria y la prosperidad de su Imperial Familia.’ [Esto era lo más importante, después de, por supuesto, cumplir con las promesas que le hizo al papa.] Pero, como ya lo mencionamos en la colaboración anterior, el emperador habilitado no daba muestras de moverse en el sentido de cumplir con lo prometido y había que enviarle un propio para que de manera directa le recordara los compromisos contraídos.
Dado lo anterior, el ciudadano Mastai-Ferretti indicaba que ’por esto es por lo que recomendamos a V.(uestra) M.(ajestad) el Nuncio Apostolico [Pedro Francisco Meglia], el cual tendrá la honra de presentar a V.(uestra) M.(ajestad) esta nuestra carta confidencial. Dígnese V.(uestra) M.(ajestad) honrarle con su confianza y su benevolencia para hacerle más fácil el cumplimiento de la misión que le está confiada…’ [Ya se enteraría Maximiliano que le iban a demandar se apurara a cumplir lo pactado, pero eso lo revisaremos a detalle en la colaboración siguiente]. Prosigamos con el texto de la carta confidencial, en donde también se solicitaba al austriaco que tuviera ’…también la bondad V.(uestra) M.(ajestad) de acordar igual confianza a los muy dignos [¡!] Obispos de México, a fin de que, animados como están del espíritu de Dios y deseosos de la salvación de las almas puedan emprender con alegría y valor la obra difícil de restauración [de sus prebendas y canonjías] en lo que les corresponde y contribuir por ese medio al restablecimiento del orden social.’ Lo que sigue venia envuelto entre sahumerios, pero al final no era sino una oda al sometimiento ante el blanco, rubio y barbado, faltaba más.
En el penúltimo párrafo de la epístola, se leía: ’Mientras tanto, no cesaremos de dirigir todas nuestras humildes oraciones al Padre de las luces y al Dios de todo consuelo, a fin de que, una vez vencidos los obstáculos, y desbaratados los consejos de los enemigos de todo orden social y religioso, calmadas las pasiones políticas [léase sometidas al arbitrio de la curia] y devuelta su libertad plena a la Esposa de Jesucristo, pueda saludar la Nación mexicana en V.(uestra) M.(ajestad) a su padre, su regenerador , su más bella e imperecedera gloria.’ Ahora resultaba que la nación mexicana había nacido por generación espontanea y sus habitantes estaban en espera de la llegada de un advenedizo, a quien solamente adoraban los descastados, para entronizarlo como el padre que, según Pío IX, carecían los aborígenes porque al fin de cuentas no debemos de olvidar que así eran considerados desde los días de la Colonia. Acto seguido, en la conclusión, volvían a remarcarle a Maximiliano cual era su compromiso al indicarle que ’con la confianza que tenemos de ver plenamente cumplidos los deseos mas ardientes de nuestro corazón, [que nos cumpla y haga que se nos regresen todos los bienes que acumulamos a lo largo de tres y medio siglos] damos a V.(uestra) M.(ajestad) y a su Augusta esposa la bendición apostólica.’ Ni siquiera se imaginaba la princesa de Bélgica, Marie Charlotte Amélie Augustine Victoire Clémentine Léopoldine de Saxe-Coburg-Gotha que esas alabanzas terminarían, poco tiempo después, convertidas, por el mismo emisor, en desdén y desprecio. Sin embargo, para llegar ahí faltaban otros episodios, iniciando con el arribo del nuncio papal, el arzobispo de Damasco, monseñor Pedro Francisco Meglia.
Este ciudadano arribó a México en diciembre de 1864 y para su recepción oficial ante Maximiliano se cumplió con todo el boato del caso. Se le enviaron tres carruajes hasta el sitio donde moraba en la calle del puente de San Francisco (lo que hoy es la porción de la Avenida Juárez que se ubica enfrente del Palacio de Bellas Artes). Mientras el estadista cargaba la nación por los caminos polvosos del norte trepado en un carruaje de color oscuro carente de cualquier comunidad, cuentas las crónicas que los invasores, que no eran ningún grupo musical, quienes se decían enviados celestiales, sin intereses materiales, paseaban en un ’coche de honor, tirado por seis caballos en donde iban, aparte de Meglia, el chambelán de servicio y el secretario del gran maestro de ceremonias…’ De ahí, partieron a palacio en donde lo esperaba en la puerta una valla integrada por un batallón de zuavos. Apenas, habían terminado las manecillas su unión en la parte superior a la mitad del reloj, cuando arribaron a la sede del ‘imperio.’ En los altos del recinto estaba otra valla formada por la Guardia Palatina al mando de Charles Conde de Bombelles. El nuncio fue recibido por el Gran Mariscal de la Corte que no era otro sino Juan Nepomuceno Almonte quien, de su padre no heredó ninguna característica referente al honor y patriotismo, lo llevó hasta donde estaba Maximiliano y su corte de opereta. Y empezaron las zalamerías a repartirse como si fueran anuncios de ofertas.
Empezó Meglia quien indicó lo mucho que Pío IX apreciaba al austriaco, bueno eso era un afecto que tenia fecha de caducidad a menos de que le cumpliera, y para que no quede duda de esto que afirmamos, veamos las palabras textuales del nuncio: ’El soberano pontífice, que ya conoce vuestra adhesión a la Iglesia y vuestras benévolas intenciones, cifra en Vos demasiada confianza para dudar que nuestra santa religión, que es la fuente mas fecunda de la prosperidad de las Naciones [seguramente a la nuestra no la consideraban como tal, pues en tres centurias y la mitad de otra, de nada le valió tener al catolicismo como religión única, la ignorancia, la miseria y la pobreza eran la divisa que portaba la mayoría abrumadora de la población], así como el apoyo más solido de los Gobiernos y los tronos, sea el objeto mas constante de la protección de V.(uestra) M.(ajestad) I.(lustrisima).’ Pero aun no terminaba, era necesario reafirmar que ’no cesaré de emplear todo mi celo y de consagrar mis cuidados todos a la conservación de las relaciones amistosas que deben unir para siempre a la Santa Sede y al Imperio Mexicano. Permitidme esperar, señor, que podré lograrlo, si me es dado conciliarme la alta benevolencia de V.(uestra) M.(ajestad) I.(lustrisima).’ Tras de esto vendría la respuesta de Maximiliano.
El miembro de la casa de Habsburgo iniciaría mencionando que la llegada de Meglia era un verdadero consuelo, la cual además significaba el cumplimiento de la promesa que le habían hecho en Roma, además de que su gobierno y toda la nación aguardaban con ansiedad dicho arribo. Pero eso era solamente el aperitivo, faltaba el platillo fuerte y procedió a servirlo al decir: ’El Santo padre, con su bondad proverbial e inalterable, nos da en esto una prueba evidente que aceptamos con gratitud, de que la Santa Iglesia quiere el arreglo definitivo y tan necesario, de los difíciles negocios pendientes entre nuestro Gobierno y la Santa Sede Apostólica.’ Aun no le quedaba claro al visitante que el único arreglo que le interesaba a Pío IX era el retorno de sus bienes y sus fueros, lo demás era simplemente accesorio y una mascarada. Pero el archiduque seguramente sintió levitar y procedió a cerrar la perorata indicando que ’el Gobierno mexicano, católico, leal y basado sobre la verdadera libertad, no faltara a sus deberes y, con estos sentimientos, recibe al digno representante del Vicario de Cristo, en la plena confianza de que su venida es el primer paso hacia un mutuo y durable arreglo que Dios bendecirá.’ Cuanta ligereza entre estos ’creyentes’ para andar usando el nombre del Gran Arquitecto como garante de sus fechorías. Pero tanta ’melcocha’ no duraría mucho. Maximiliano pensaba que en Roma consideraban como un proyecto serio su asunto en México y por ello estaba a la altura de otras casas reinantes en Europa, la de su familia incluida. Por su parte, Pío IX solamente veía este asunto como un negocio en donde había que recuperar los medios para que siguiera redituando beneficios, pero el principito y su imperio, en realidad le importaban un carajo. La prueba de que eso era la realidad, en la próxima colaboración revisaremos el proyecto de concordato que presentó Maximiliano y la reacción de Meglia al mismo. Era el momento de poner en claro las cosas y colocar los puntos sobre las íes, fuera las caretas melosas y complacientes. Sobre esto último comentaremos en la colaboración próxima. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (1) De nueva cuenta, Castañeda el pequeño volvió a mostrar que por sus venas corre sangre azul, lo otro es simplemente para engañar incautos quienes son aficionados a comprar baratijas.
Añadido (2) Ahora que los tres, ni siquiera el género hizo diferencia, nos salieron graduados con honores en trastupijes, ¿Qué nos van a decir aquellos quienes clamaban que todos nuestros males serian resueltos con candidatos independientes porque estos, al no pertenecer a ningún partido, eran puros, castos, santos y diáfanos?

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