Fernando Irala |
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Concatenaciones
La salud del Presidente: testamento y albacea
Fernando Irala
Aunque es sabido que hace más de ocho años el ahora Presidente sufrió un infarto de gravedad, desde entonces sufre hipertensión y en dos ocasiones ha enfermado de covid, nada hacía pensar la mañana del viernes pasado que López Obrador terminaría en un procedimiento quirúrgico unas horas después.
’Es ya fin de semana y vamos a trabajar bastante’, dijo al finalizar de manera un tanto abrupta su acostumbrada conferencia de prensa de esa mañana.
Pero unas horas después un mensaje de su vocero nos hizo saber dos cosas: que había ido a una revisión de rutina y que los médicos había decidido someterlo a un cateterismo.
Ni en ese momento ni en lo informado después a lo largo de ese día y el siguiente, ni hasta el momento, se conoce cuál es la situación médica en que se basaron los especialistas.
Son ellos los que podrían –en el caso de la salud del mandatario, deberían— informar puntualmente sobre el caso y sus secuelas.
A falta de esa información, una consulta en los buscadores de internet coincide en informar que un cateterismo se realiza cuando se detectan arritmias, dolor en el pecho o problemas en la válvula cardíaca, entre otras cosas.
La versión oficial es que el Presidente se encuentra en óptimas condiciones de salud, aunque es un misterio cómo transitamos de la necesidad de un procedimiento invasivo y de tener que pernoctar en un hospital, a diagnosticarlo perfectamente sano.
Ojalá que así sea, pero alrededor de los hechos hubo reacciones que denotan sorpresa y preocupación.
Para empezar las de su propia oficina, de donde al mediodía del viernes surgió la primera información redactada con atropello.
Y para terminar, el video del Presidente, donde por un lado minimiza y optimiza el incidente, y por otro juzga necesario adelantar como un factor de tranquilidad para el país y para sus huestes –sobre todo para sus huestes— que ha hecho un ’testamento político’.
Seguramente en los siguientes días habrá curiosidad de conocer los términos del documento, si es que al solicitarlo en su oficina no niegan su existencia.
Sin embargo, se conozca o no, habría que tener en cuenta dos datos: el primero es que en caso de faltar el Primer Mandatario, algo que nadie está deseando, la Constitución prevé con razonable precisión cómo se le sustituirá.
Pero, tema dos, si de lo que se trata es de preservar el movimiento de transformación que él encabeza, pues él mismo ha insistido en la frase juarista de que el triunfo de la reacción –saco en el que ubica a todos sus adversarios— es moralmente imposible.
De todas formas, como todo notario sabe y aconseja, es prudente que en un testamento se designe un albacea, para que se cerciore y se haga responsable de la ejecución de la última voluntad. ¿Quién será el designado?
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